ROSARIO TRONCOSO en el AULA DE LA PALABRA.
Cáceres, 17 de febrero de 2017
I. DE REGRESO A EXTREMADURA. Corría el mes de octubre de 2015. Apenas se había instalado el otoño sobre los berrocales y las dehesas. Quiso ese año venir impregnado de versos, los que de la mano del poeta José Cercas engalanaron la hermosísima villa de Trujillo, con las voces de ocho extraordinarias mujeres con nombre propio en el proceloso océano de la poesía. Aunque su palabra y el recuerdo de esas memorables jornadas quedaron para siempre conservadas en las páginas de un libro, “Voces poéticas en femenino”, siempre supimos que allí no acabaría nuestro idilio con ellas. A Rosario, -Charo-, la conocí en la segunda velada del evento, y tras escucharla recitar sus poemas, enseguida hablamos de que tenía que venir como invitada al Aula de la Palabra, en cuanto sus posibilidades familiares y profesionales le permitieran hacer una nueva escapada hasta tierras cacereñas. Como reza el dicho, “a la tercera va la vencida”, y tras no poder estar con nosotros cuando se presentó el libro en Cáceres, ni luego en mayo de 2016, para cerrar el curso en el Aula, conseguimos al fin poder disfrutar hoy de su buen hacer poético, de su experiencia como intensa activista cultural, autora todoterreno, editora..., y vamos a detenernos aquí, porque Charo tiene, si me permiten la expresión, “cuerda para rato”. Entretanto, en ese despliegue de meses y de tiempo, su verso resolvió hacerse todavía más suyo, más carnal y táctil, decidió respirar su mismo oxígeno y alimentarse de sus labios. Tuvo que pasar otro verano y la vuelta del otoño trajo consigo a Enrique, su bebé, un gatito más que mimar bajo los techos inclinados de ese ático que da rienda suelta a su fértil imaginación y creatividad, por cuya entreabierta claraboya se perciben los aromas marineros de la Bahía, los quejíos de la Isla y el graznido de alguna gaviota rezagada.
Hoy nos visita en Cáceres, tierra adentro, junto a la adusta silueta de sus torres y la embriaguez de sus callejuelas. Es ella de las que “profesan” la poesía, inescindible de su forma de ser, de su manera de entender los intrincados mecanismos de la vida. Siente Charo la urgencia de comunicarse, de verter oleadas de sentimiento a través de sus versos, que se erigen en “eje imaginario” alrededor del que vertebrar toda esa actividad mediante la que derrocha su energía en el mundo de la cultura a través de múltiples propuestas e iniciativas que van más allá de su labor meramente creativa. Revistas como “El ático de los gatos”, y su hermana pequeña, “El ático de los gatitos”, dan buena muestra de su inquietud por hacer llegar la lectura hasta el más insospechado de los lectores, convertirla en una experiencia enriquecedora y también divertida.
“Huir de los domingos”, “Delirios y mareas”, “Juguetes de Dios”, “El eje imaginario”, “Yo no soy Dorothy y éste no es el reino de Oz”, “Fondo de armario” son los títulos que jalonan su itinerario poético hasta que en 2014 publicase con la editorial “La isla de Siltolá” su hasta ahora último y muy celebrado poemario “Transparente”.
II. TRANSPARENTE. Con el cansino arrullo del tren, cuando hace solo unos pocos días surcaba desde Extremadura las arterias que conducen al corazón de esta piel de toro, tuve la ocasión de sumergirme, una vez más, en la lectura de este libro, a la búsqueda de pistas con que allanar las claves que encierran sus poemas. “Transparente”aparece articulado en dos apartados, que llevan respectivamente los títulos “Derribos controlados” y “Ya no son infalibles las rutas conocidas”. El primer contacto, la novicia impresión del trabajo de un poeta, acostumbran a ser escasamente determinantes y poco esclarecedores. Es preciso bucear de lleno, desenhebrar las costuras que mantienen la tensión entre los versos. Al enfrentarme con el libro de Charo, me dejo sorprender enseguida por el mensaje que late en esos poemas que conforman su cuaderna inicial. ¿Por qué habla la autora de “derribos controlados”, qué realidad se sitúa en la cuerda floja, qué sueños han dejado de súbito de serlo? Contienen los poemas constantes referencias a elementos perecederos, adjetivos que se tiñen de temporalidad: La eternidad es provisional, el día a día, lastrado de fugacidades. Y una obsesión sin nombre cuyo tacto, cuyo olor, cuyo abrazo, parecen haberse marchado sin billete de vuelta. Es el descubrimiento del frío, del desamparo, del abandono que encanece los dedos y las manos, de la frustración que puebla de espejismos un futuro que quizá no pertenecía a quienes un día trataron de escribirlo. Dice la autora: “El gran futuro fue/ el sueño de los otros”, mientras se suceden los poemas como si a sus espaldas, uno de aquellos ángeles de Alberticonspirase en silencio: “sin cuerpo, / sin alma, /ahumada voz de sueño / cortado”. La sensación que el poeta de Puerto de Santa María, gaditano como Charo, expresaba imaginando una presencia: “Alguien detrás, a tu espalda, / tapándote los ojos con palabras /…alguien detrás, a tu espalda, / siempre”, parece respirarse en los grisáceos versos de esta primera parte de “Transparente”. Títulos como “Duelo”, “Los objetos perdidos”, “Buenas noches”, transportan al lector a un universo amaestrado por la ausencia, por una constante sensación de pérdida, donde la nostalgia es un acero que se clava pausadamente en las entretelas de la cotidianidad.
[…Y el mar entonces hizo caer las máscaras, puso nombres al vacío y al dolor por la muerte del verano. Surgió incipiente el prurito del olvido entre los pétalos, las imágenes de un tiempo que se aferra al tronco salvador de la memoria]
(acotación libre del intérprete)
Entretanto, la temperatura de los versos acelera la necesidad de pasar página, de revelar la auténtica naturaleza del deseo, ese que prescinde de fingidas convenciones. En “Desconexión”, confiesa la autora: “Procuro evaporarme. / Que sea capaz de alcanzar mi alma, / ya a kilómetros de él, / en una cama infinita”.
Los “derribos controlados” que se arraciman en cada uno de estos poemas son como una sacudida del Levante que te empuja a mirar el mundo de otra forma, a ensimismarse en la contemplación serena del océano mientras, en voz baja, las olas continúan pronunciando ese nombre que duele y que se confunde con la arena a cada pleamar. El tiempo es promesa que se deshace entre los dedos, que llama a la aventura de un destino intacto donde florecer “libre de lastres”.
[…Y así, los párpados apartaron los visillos de la ingenuidad, no todos los senderos son fiables, se hace preciso buscar el abrigo del faro cómplice, que santifique lo endeble de las naves]
(acotación libre del intérprete)
“Ya no son infalibles las rutas conocidas” es la segunda cuaderna de “Transparente”. Se sumerge de lleno la voz poética de Rosarioen el vaivén de los escenarios cotidianos, en el trasiego de una edad que parece avanzar más deprisa y exige tomar conciencia de su estatura. De pronto, una semana más ha pasado y tras la ilusión del viernes, vuelve el lunes con su rutina: Sobre la misma silla, / el lunes, el cansancio, / el impecable uniforme de autómata”. El cuerpo frío es consciente del invierno y su adormidera, de cómo se cuela en las estrías de la piel y se hacen necesarias “Unas manos que abriguen”. Si en la primera parte del libro profesaba la autora un discurso más obsesivo, contagiado de presencias inasibles, asistimos ahora a una más diversificada explosión de sentimientos, con guiños al tránsito de las estaciones o los miedos atávicos que pueblan el inconsciente; expresados con la melancólica ternura de poemas como “Cuerpo de casa”, o la impotencia de “Apatía”. Se detiene el verbo en la contemplación de las cosas pequeñas, cercanas, desconfían las palabras de la labilidad del mensaje, cuando la voz ha perdido la seguridad de antaño y ya nada importa. Sorprende el tono descarnado y directo de algunos de estos versos, auténticas cargas de profundidad que pretenden sacudir la línea de flotación del ser humano con sus dudas y hacer al lector cómplice de un chasquido que él también escucha con los ojos cerrados, camino de la intemperie. Los últimos poemas del libro incrementan, si cabe, esa dosis de realidad que la poeta ha querido dejar claro que es la que verdaderamente importa. No deja indiferente “Taller de alta poesía”, o la deconstrucción del edificio poético, en un gesto de rebeldía de la autora frente a aquellas manifestaciones viscerales de la escritura, tan apartadas de la indagación de lo esencial, del verdadero karma. La autenticidad es un valor que emana de la transparencia de los versos. Como diría Gamoneda, “cualquier día, de mi corazón, / van a ir saliendo los insectos". Porque se trata de despojarse de inútiles corazas, aun cuando no sea tarea fácil la de conjurar el avance de las telarañas. En poemas como “Desahucio”, lo que permanece es la vida entera, el diálogo con lo vivido.
La lectura de “Transparente” nos conduce hasta un umbral donde la poeta permanece en guardia, donde ser consciente de la fragilidad que trepa por las piernas y que obliga a esporádicas “Puntadas”para restaurar los jirones deshilachados. Queda finalmente un regusto de esa melancolía que impregna toda esta segunda cuaderna del poemario en el poema que le sirve de cierre: “Profesora, la poesía no sirve para nada”. Inerme ante los elementos, la energía creadora parece haberse desvanecido, y nos viene a la memoria aquella vieja canción de Mecano en la que su protagonista se convertía en aire, “e iba pasando, ¡qué curioso!, al estado gaseoso”. Pero no hay que preocuparse, seguro que alguien vuelve a esa aula que la autora describe desierta, y abre la ojerosa antología de Machado que allí quedó varada, para recitar a viva voz sus versos y hacer regresar de inmediato, cual oriental genio, a la poeta desde la dimensión de la bruma, con renovados bríos y la voz firme de quien ha hecho de la poesía su código vital, aunque a veces, también duela. En palabras de Alejandra Pizarnik, “Oh enciende / tus ojos / del color de nacer”.
Jesús María Gómez y Flores. 17 de febrero de 2017.