viernes, 25 de junio de 2010

La cruda realidad

Esta tarde he estado colocando el trastero. Me he topado inopinadamente con varias cajas de libros de los publicados a instancias de la Asociación Cultural Norbanova. Muchos ejemplares de algunas de las obras editadas duermen el sueño de los justos en las cajas originales recibidas de la imprenta. Otras han regresado después de un efímero paso por las librerías, donde nadie atendió a su llamada. Ahora reposan colocados ordenadamente en los anaqueles, por lo menos han abandonado la frialdad de las cajas de cartón y aguardan pacientemente su oportunidad para tener una aventura en los dominios de cualquier librería sin nombre, donde quizá llamen la atención de algún lector despistado. Huele a humedad el trastero. Junto a los libros hay objetos que prácticamente había olvidado. Papeles, cuyo mejor destino es la destructora de documentos. Los accesorios del Belén, que ya saben que sólo una vez al año gozarán de protagonismo y podrán escapar, siquiera por unos días, de aquella clausura. Mi hija pregunta por las maletas. Éstas sí que tienen paciencia. Calladamente aguardan ese día en que embarcarse en una travesía hacia lo desconocido, acostumbradas a la rutina de hoteles de una noche. Siempre huele a cerrado en estos sitios. El papel también se contagia de los sabores del silencio y la oscuridad. Los versos arrastran con dificultad el moho, las historias infantiles se hacen adultas. Pero no pierden la esperanza.

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